Desvestirse es un gesto implícito en el acto de vestirse. Ponerse ropa crea la necesidad intrínseca de quitársela, del mismo modo que una prenda define la existencia de un cuerpo.
La sensualidad de un vestido que se desliza cayendo por una espalda está escrita de manera indeleble en el gesto contrario, de la misma manera que un hombro cubierto esconde un hombro desnudo. En 010, Ernesto Naranjo celebra esa sensualidad. Ese espacio que crea la ropa con el cuerpo de una mujer. Como en la tradición japonesa, la ambivalencia de ves/rse para evocar la desnudez.
La sensualidad es un juego de espacios. Como la búsqueda del vacío de Lynda Benglis en sus esculturas derramadas de 1971, diseñadas para escapar de la pared y ocupar el espacio nega/vo de una pieza inexistente.
O como Judy Chicago y su instalación ‘The Dinner Party’ de 1979, una enorme mesa desplegada para mujeres brillantes de la historia occidental. Una búsqueda del espacio Vsico frente al que se les ha denegado en la historia. Ellas, como es habitual en Ernesto Naranjo, son la fundación de las ideas y los colores que dan forma a las prendas.
010 evoca el perfume de un cuerpo cubierto por volúmenes de costura grandilocuentes, construidos con tejidos que se deslizan sobre la piel, para una mujer que no busca serlo. Una mujer, como Chicago y Benglis, que reclama su espacio activo en la sociedad sin reducirse a un objeto ornamental a través de las siluetas clásicas de Ernesto Naranjo, ahora combinadas con el nuevo bolso ‘Hand’.
Cuando a Benglis se le pidió que resumiera sus ambiciones artíscas en la década de 1960, respondió: «No estaba rompiendo con la pintura, sino tratando de redefinir lo que era». 010 no busca esconder a la mujer en sus volúmenes. Busca redefinirla. Porque ella siempre está presente.